José Olano y el arte del trapecio
Por Kirvin Larios1
Primero fueron sillas y mesas, como en una casa recién habitada. Después llegaron las frutas, lo orgánico que acude siempre de un modo “natural”. Hubo entonces combinaciones con mesas apoyadas en la pared gracias a la presión de un soporte o una viga desafiando la gravedad. Colchones, escobas, traperos, agua: todo lo que puede juntarse y que, de hecho, juntamos y separamos —curamos— cada día. Composiciones con frutas: un coco, un machete. Un banano, una piña. Cosas en el piso, un desastre cotidiano buscado, calculado, o mejor dicho ensayado: juntar cosas para ver qué pasa. Objetos y elementos varios, o variopintos —pintados de los colores suyos—: una rama atravesada, la copa de una palmera, un cristal —frutas entre el cristal—, un vaso de vidrio. Encima de un vaso una mesa introducida desde la punta, sostenida por la base del vaso, equilibrada por las patas y los bordes, como un árbol que se yergue sembrado en tierra, pero al que el viento puede mecer o tumbar.
Recorrer estas obras o mirarlas en su registro visual —desconcertarse con la pregunta de su evanescencia o su perdurabilidad— es dirigir una mirada, aunque sea de soslayo, al futuro o la inminencia de un evento: ¿cuánto resistirá la taza suspendida antes de quebrarse, la piña en sostenerse en lo alto entre los cristales? “¿Dónde está la obra?”, se pregunta José Olano (Cali, 1985) durante todo el proceso de producirla —de provocarla—, y aún antes y después. “¿Cómo se hizo? ¿Cómo no se cae?”, se pregunta tal vez un espectador interesado por la técnica. ¿Cuál es la técnica? “El equilibrio”, explican las fichas de estas piezas. “Pensar de esa manera, a través del equilibrio, me ha ayudado a sentirme mejor. A encontrar un puesto, una función en un ecosistema. Yo lo veo como si fuera una especie de maestro. El equilibrio se ha convertido en mi maestro”, dice el autor.
Desde Cartagena, Olano habla de la ciudad, de su mercado público, de sus espacios habitados por contrastes de color y miseria, de la resistencia al hambre y de grietas, objetos, personajes que la recorren. Allí se crió y ha creado su obra. Una de las más recientes es una mirada a un sector de Cartagena que es como “un barrio pequeño”. Para una serie de intervenciones preparó acciones o performances en el muelle, donde los pescadores zarpan en lanchas hacia las islas o aguas cercanas; en la zona de carga, donde llegan las mercancías; en el interior del mercado, donde se descama el pescado y se arrojan bultos de papas. Como parte de ese proceso —¿dónde está la obra?—, a los ciudadanos de la zona les preguntaba si sentían que el mercado estaba equilibrado, indagaba en sus dificultades del día a día y en sus formas de resolverlas. Al final, les pedía que hicieran un ejercicio con sus materiales de trabajo. Un registro muestra a una mujer sosteniendo una jaula en la cabeza y a un hombre tratando de equilibrar un pescado con un cuchillo, que ha sido clavado en una mesa. Sonríen, nerviosos, como preguntándose qué están haciendo.
Durante muchos años, cuenta Olano, no ha tenido taller. Su trabajo ha sido in situ. Nace en el lugar a partir de lo que encuentra o de lo que traslada allí. Como en el ready-made u objeto encontrado, la fisicidad del objeto es llevada al extremo, a una frontera que lo aproxima a un quiebre. Sin embargo, el tratamiento tal vez lo distancie de ciertos ready-made —el famoso urinario girado 90 grados y rayado por Marcel Duchamp—, pues sobre él no se realiza ninguna intervención, sino una acción que lo cambia de lugar y trastoca su superficialidad y su utilidad, acentuando las tensiones del espacio expositivo o público, de la pared como división y soporte, de la calle como reducto del universo habitado por comercios tradicionales y precarizados.
Esto se hace visible en exposiciones u obras como "Ejercicios de control" (2014-2015), "Cuando las cosas se quiebran" (2019), "Lo que nos sostiene" (2022) o el performance "Estudios de flotabilidad" (2019), hecho en colaboración con el colectivo Amazonas y dirigido por la artista María José Arjona. En él, una mujer ‘flota’ gracias a unos palos de bambú de distinto grosor distribuidos en puntos claves del cuerpo. “Las sillas, las mesas, los muebles… Tenemos definidos para qué sirven, las vemos sólo a través de la utilidad”, dice Olano. Y se pregunta, al final: "Tomarlos y cambiarles su disposición espacial nos permite verlos con otros ojos, analizar su composición, su fricción, su equilibrio. ¿Qué pasa si se caen? ¿Se parten o resisten? ¿Pueden aguantar pesos superpuestos?”.
A veces las cosas, en efecto, se caen, un vidrio se astilla, la mujer flotante se cansa. En la sala tal vez la gente se inquiete con preguntas —¿esto es la obra o un error?—, a veces se dan instrucciones para recomponer lo caído o se deja tal cual. Pero ya la huella o la marca está hecha. “Ver que todo se puede desbaratar en cualquier momento mantiene a la gente en suspenso. Pero es el ejercicio. No va a durar mucho tiempo”.
Olano casi nunca hace cálculos matemáticos: su método es de ensayo y error, con bocetos previos. Ha trabajado con carpinteros, trabajadores metalúrgicos, gente que manipula el papel maché. Y en cada campo ha intentado observar ese equilibrio y desequilibrio que, a primera vista, parece fruto de una atracción por los contrarios: sombra y luz, ascenso y caída, vida y muerte, nacimiento y final. Pero todo ello contiene una meditación sobre la provisionalidad de la mirada, el deseo de control sobre las cosas circundantes y el dominio imposible o inconducente sobre la materia.
Me interesa también el azar y perder el control. Iniciar un proceso que no sé cómo va a concluir. Sé que esas cosas se pueden caer. Resisten un tiempo. Y algo se cae. Siempre hay un momento de tensión. Todo el mundo se mira, en un silencio.
En el cuento "Un artista del trapecio", Kafka habla del “afán profesional de perfección” de un trapecista que quiere vivir suspendido en su trapecio y que encuentra lamentable todo el tiempo que pasa por fuera de él. Tanto es así que los desplazamientos le resultan incordiantes. Un día se da cuenta de que necesitará un segundo trapecio en frente de él. El relato acaba con una imagen reveladora y aplastante: la contemplación de “la primera arruga en la lisa frente infantil del artista del trapecio”.
De ese afán de perfección, de los objetos dispuestos o suspendidos con tino en su sitio habla el trabajo de José Olano, en una puesta en escena que nos hace imaginar o intuir la rareza misma de lo que contemplamos, de los pliegues y las arrugas que se originan en el interior del circo y fuera de él.
José Olano. "Antiguo club Cartagena" (1, 2 y 3) y "Casa empinada" (4, 5 y 6). 2023. Instalación en el Túnel de Escape, Cartagena. Imágenes cortesía del artista.
1 Kirvin Larios (1993) es escritor y periodista cultural. Es autor del libro de relatos "Por eso yo me quedo en mi casa" (Destiempo, 2018). Textos suyos han sido publicados en la antología de poesía "Nuevo sentimentario" (Luna Libros, 2019), en el "Diario de la pandemia" (Revista Unam, 2020) y en la antología de cuento "Puñalada trapera II" (Rey Naranjo, 2022). Trabajó en las redacciones de El Heraldo, Infobae y El Colombiano. Ganó el Tercer Concurso de Crítica Literaria de la revista Letras Libres. Actualmente es coordinador editorial en la Fundación Gabo.